sábado, 12 de junio de 2010

UN SACO MÁGICO

Abro los ojos de repente. Noto el suelo húmedo bajo mi cuerpo, el olor a cloaca penetra en mi dolorida nariz y puedo escuchar a las ratas chillar, deseando comer mi carne. No sé dónde estoy; sólo recuerdo una bolsa negra en mi cabeza y un fuerte golpe. La fría estancia es lúgubre y por lo que se ve estoy sola. Una cadena se ciñe a mi cuello con un collar de hierro pero su peso apenas puedo percibir. No hay luz, pero mis ojos se han acostumbrado y puedo ver las columnas y una escalera, pero no puedo llegar a ella.

Mis padres. ¿Estarían buscándome? Probablemente sí, aunque no sé cuánto tiempo ha pasado desde que cerré la puerta después de decir mi madre:

- Hija mía, por favor, ten cuidado,. Han dado la alerta de que ha habido bastantes desapariciones últimamente. Probablemente a causa de los vampiros.

¿ Por que no le hice caso? Creo que no es momento para lamentarse, si no para pensar en cómo salir de aquí.

Me apoyo en una columna y junto mis rodillas al pecho. De repente, noto algo que no vi cuando recorrí con la mirada la habitación, fijándome en cada detalle, cada piedra. Noto que se acerca hacia mí, con un vago y torpe caminar se acerca y puedo visualizarla. Lleva unas vestiduras rasgadísimas, probablemente a causa del tiempo. El poco pelo que se le ve bajo la capucha que le tapa la mayor parte de la cara es de un color entre el blanco y amarillo y está sucio, al igual que toda ella.

- Tú... ¡tú eres la Salvadora! - su voz era bastante amarga pero probablemente en su juventud había sido dulce y armoniosa.

- ¿Perdón? Creo que se ha equivocado.

- No. No lo he hecho. Tu nos salvarás de es plaga de colmilludos. ¿Nunca te has hecho preguntas acerca de los lunares de tu brazo?

No sé cómo pudo saber ella eso, pero pasé de pensar que era una vieja loca a confiar, en cierto modo, en ella. Mi silencio pareció responderle.

- Verás, llevo 20 años buscándote, y por eso estoy aquí. Ellos nos han encerrado para que no podamos hacer nada. Ten - puso en mis manos un pequeño saco viejo y me dijo: - si tu, en verdad eres quién yo estoy segura, toma este saco. En él podrás meter todo lo que quieras, siempre y cuando no sea propiedad de vampiros. Vamos, sácanos de aquí.

Se fue y me pasé unas horas meditando De repente, dije:

- Yo, como heredera de la Luz y Salvadora, deseo que entre aquí el tiempo transcurrido desde que estaba arreglándome en casa el día que me encerraron y, posteriormente, mi poder y los vampiros.

Hubo un estallido de luz y de repente...

-¡Cariño, vas a llegar tarde! ¿Aún no estás lista?

El sonido venía del piso de abajo. Miré a mi alrededor. Estaba en mi casa. Corrí a abrazar a mi madre.

-¿Sabes qué, mamá? He decidido que hoy quiero estar contigo - echaba de menos el sabor de su mejilla cuando mis labios la rozaban.

- Ok, perfecto. Pero, ¿qué te pasa?

No contesté a esa pregunta. Nadie recordaba nada, sólo que ya no había vampiros. O si lo recordaba y por ello, nunca sería la misma.



_Lady Sweet Nerdy_

DULCE VENGANZA

- Vamos, hazlo - esa imagen era extraña. Tenía algunos rasgos míos, pero apenas perceptibles. Era mucho más bella y misteriosa que yo, pero por alguna remota razón, supe que era mi reflejo.

- ¡No debo! Nada del daño infligido por él se podrá arreglar así.

- ¿Ah, no? ¿Acaso no te sentiste muerta por dentro? ¿No te hizo sentir podrida, como una flor marchita?

-¿Y qué? Eres mi reflejo y, por lo tanto, lo sabes todo sobre mí. Yo le amo.

- ¿Después de lo que te hizo? Sabes que matarlo sería lo mejor para ti y para tantas chicas que han sufrido su encanto. Nadie sabrá que has sido tú. Ha herido a tantas chicas que...

-¿Y como sugieres que lo haga? - no sé por qué dije eso. Quizás fue tan solo la curiosidad o a lo mejor el espejo estaba en lo cierto.

- Lo sabes perfectamente. No te sentirás mal, porque es lo correcto.

En ese momento, apareció mis manos un arma. Mi reflejo mostró una sonrisa de suficiencia a la vez que decía...

- Sabes que lo deseas. Se lo merece...Oh, dulce venganza.

Me sorprendí a mi misma girándome bruscamente activando el arma con unas manos demasiado seguras y profiriendo una bala directa a su corazón. Él, que estaba tumbado en la cama, plácidamente dormido, abrió los ojos de repente, a la vez que brotaba sangre de todo su cuerpo. Yo, está claro, rompí a llorar. No podía haber hecho eso, pero sabía que sólo yo era la culpable. O al menos, parte de mí.

- ¿Era esto lo que querías? Pues no me siento como prometiste, y tu tampoco lo harás. Eso te lo aseguro. - propiné un fuerte golpe al espejo con la culata del arma, o cual produjo una lluvia de cristales contra el suelo y, a la vez que estos caían, yo pude sentir como me convertía en polvo, pero no sin antes darme cuenta de que, cada persona, tiene dos caras.





_Lady Sweet Nerdy_

jueves, 29 de octubre de 2009

El Porquerizo

Hola. Quizá os preguntéis quién soy. Pues bien, yo soy un príncipe. Sí, sí, un príncipe de los de verdad, pero el problema es que mi reino es muy pequeño y no es que tengamos mucho dinero que digamos. Pero, pese a esto, no tengo prohibido casarme. Muchas damas desean matrimonio conmigo pero yo sólo quiero casarme con una princesa: la hija del Emperador.

Así que fui hasta ella y se lo dije muy claramente. Le pregunté: ¿quieres casarte conmigo? Estaba seguro de que diría que sí, pues muchas otras lo deseaban, y yo soy un príncipe pero ella me dijo … que no. Así que volví a palacio y me puse a pensar. En la tumba de mi padre crecía un rosal muy hermoso que sólo daba una flor cada cinco años. Una flor preciosa. Pues bien, sería para la princesa. Y aquel ruiseñor que tenía que cantaba tan bien, también se lo regalaría. Qué romántico soy; lo más hermoso para la más hermosa.

Se lo mandé a palacio en una caja de plata por uno de mis criados, aunque deseaba dárselo yo en persona pero eso sería muy grotesco. Así que se lo di a mi criado más fiel y me senté en mi trono a esperar una respuesta.

Cuando llegó mi criado me dijo que ella me había rechazado. Que la flor no le había gustado porque era de verdad y el ruiseñor tampoco por la misma razón. Pero no iba a rendirme así que con carbón me embadurne toda la cara de negro, me puse la ropa de mi criado y me fui al palacio del emperador a ver si me aceptaban como trabajador. Así lo hice y para mi sorpresa me dieron un trabajo como porquerizo.

Pero, en vez de eso, me planteé llamar la atención de la princesa, así que me puse a trabajar en una olla rodeada de cascabeles que cuando se hervía agua en ella sonaba la canción de "Hay Agustín, todo tiene su fin”. Pero esto no lo veía lo suficiente sorprendente como para que le gustase, así que le hice también un pequeño agujero por el cual salía el vapor; y si ponías el dedo en éste, sabías lo que se cocinaba en todas las cocinas de la ciudad. Estaba seguro de que le gustaría.

Al día siguiente, me puse a trabajar cuidando a los cerdos, pero se acercaron las criadas de la princesa:

- ¿Cuánto pides por tu puchero? - preguntó la criada.
- Diez besos de la princesa - respondí yo, muy emocionado pensando que la princesa lo desearía con tantas ganas que no se negaría .
- ¡Dios nos asista! - exclamó la dama.
- Éste es el precio, no puedo rebajarlo - le contesté con una sonrisa en los labios.

Ellas se fueron y yo me senté en la paja a esperar una respuesta. Pasaron quince minutos aproximadamente y de repente apareció de nuevo la dama y me dijo en tono frívolo:

-¿Aceptaría usted diez besos nuestros, de las damas?
- Muchas gracias - contesté yo. No iba a desperdiciar esta oportunidad -. Diez besos de la princesa o me quedo con el puchero.

La dama se fue, pero a los pocos minutos apareció esa belleza celestial, la princesa.

- ¡Es un fastidio! - exclamó la princesa -. Pero, en fin, poneos todas delante de mí, para que nadie lo vea- dijo a sus damas.

Las damas se pusieron delante con los vestidos extendidos mientras la princesa se acercaba a mi y me daba esos diez besos que tanto saboreé con su dulce boca de fresa. Me pareció muy poco, pero un trato es un trato, así que le entregué el puchero y se fueron por dónde habían venido.

Esa noche me quedé un poco triste pensando que los besos que había recibido de mi amada no eran porque ella los sintiese, si no, por la olla. Pero de todas formas, yo los disfruté; así que decidí fabricar otro juguete sorprendente y así podría pedir más por él.

Pensé durante horas sobre qué podía hacer para sorprender de verdad a la princesa, hasta que, de repente, se me ocurrió hacer una carraca que al girarla haría sonar todos los valses y danzas conocidas del mundo.

Me pasé la noche trabajando y a fin la pude acabar y por la mañana la hice sonar, cuando vi que la princesa se había levantado a dar su paseo matutino.

Al poco tiempo se acercó una de sus damas como el día anterior y me preguntó que cuanto pedía por este otro instrumento y se sorprendió cuando escuchó mi respuesta:

- Cien besos de la princesa.

- Está bien, iré a comunicárselo a su majestad

Se fue rápidamente pero al poco rato volvió y me dijo:

- La princesa dice que usted recibirá diez besos de ella, como la última vez, y los noventa restantes de nosotras.

- Lo siento, o cien besos de la princesa o no hay carraca.

La dama se fue de nuevo pero esta vez apareció acompañada de la princesa, la cual se acercó y empezó a besarme mientras sus damas la rodeaban para taparla y contar los besos. De repente me di cuenta de que no estábamos solo nosotros:

- ¿Qué significa esto? - bramó el Emperador al ver el besuqueo, dándole a su hija con la zapatilla en la cabeza cuando yo recibía el beso número ochenta y seis.
- ¡Fuera todos de aquí! - gritó, en el colmo de la indignación. Y todos tuvimos que abandonar el palacio. Princesa y yo incluidos.

Así que salí de allí con la princesa, cabizbajo y la princesa exclamó:

- ¡Ay, mísera de mí! - exclamaba la princesa -. ¿Por qué no acepté al apuesto príncipe? ¡Qué desgraciada soy!

Entonces, me escondí detrás de un árbol y me quité la tizne de la cara y los harapos que llevaba puestos, mostrando así mi verdadera identidad. Para sorpresa mía, la princesa, al verme así se inclinó ante mi, pero yo muy apenado le dije:

- He venido a mostrarte mi desprecio. Te negaste a aceptar a un príncipe digno. No fuiste capaz de apreciar la rosa y el ruiseñor, y, en cambio, besaste al porquerizo por una bagatela. ¡Pues ahí tienes la recompensa!...


Y me di media vuelta para entrar en mi reino y dejé a la princesa fuera, a la intemperie, y sin mirar atrás me metí en mi pequeño castillo y cerré la puerta. No volví a ser nada de ella. Y casi lo prefiero así.

jueves, 8 de octubre de 2009

Era una fría noche de invierno. Llovía a cántaros. Mi tío abuelo no podía dejar que la muchacha que le gustaba se fuese andando con aquel chico. No señor. Era todo un caballero y, aunque sospechaba que era su novio, no lo sabía a ciencia cierta y además ella no aceptaría a ir sin él. ¿Qué podía hacer? Estaba claro, llevarlos a ambos.

La fiesta pasó rápido y cuando la muchacha le dijo que debía irse, mi tío abuelo le ofreció muy cordialmente llevarla a ella y a su compañero. Ésta aceptó y se subió al coche muy feliz de no tener que mojarse.

Mi tío abuelo conducía y ellos dos iban en los asientos de detrás pero la sorpresa llegó cuando a mi tío se le ocurrió mirar por el espejo retrovisor hacia atrás y vio...no se lo podía creer. Sus dos acompañantes estaba tomando poses un poco impropias y eso a él le molestaba. Esa no era la clase de mujer que quería. Era una facilona. Pero no sabía que podía hacer, hasta que de repente se le iluminó el cerebro y le vino la idea.

Paró el coche en la cuneta y les dijo que se bajasen, que no quería cosas de esas en su coche. Sus acompañantes, muertos de vergüenza se bajaron y allí se quedaron. No volvió a hablar con ninguno de ellos, pero una cosa si le quedó clara: no volvería a llevar a una chica que le gustase y a su novio en el coche.

FIN^^