jueves, 29 de octubre de 2009

El Porquerizo

Hola. Quizá os preguntéis quién soy. Pues bien, yo soy un príncipe. Sí, sí, un príncipe de los de verdad, pero el problema es que mi reino es muy pequeño y no es que tengamos mucho dinero que digamos. Pero, pese a esto, no tengo prohibido casarme. Muchas damas desean matrimonio conmigo pero yo sólo quiero casarme con una princesa: la hija del Emperador.

Así que fui hasta ella y se lo dije muy claramente. Le pregunté: ¿quieres casarte conmigo? Estaba seguro de que diría que sí, pues muchas otras lo deseaban, y yo soy un príncipe pero ella me dijo … que no. Así que volví a palacio y me puse a pensar. En la tumba de mi padre crecía un rosal muy hermoso que sólo daba una flor cada cinco años. Una flor preciosa. Pues bien, sería para la princesa. Y aquel ruiseñor que tenía que cantaba tan bien, también se lo regalaría. Qué romántico soy; lo más hermoso para la más hermosa.

Se lo mandé a palacio en una caja de plata por uno de mis criados, aunque deseaba dárselo yo en persona pero eso sería muy grotesco. Así que se lo di a mi criado más fiel y me senté en mi trono a esperar una respuesta.

Cuando llegó mi criado me dijo que ella me había rechazado. Que la flor no le había gustado porque era de verdad y el ruiseñor tampoco por la misma razón. Pero no iba a rendirme así que con carbón me embadurne toda la cara de negro, me puse la ropa de mi criado y me fui al palacio del emperador a ver si me aceptaban como trabajador. Así lo hice y para mi sorpresa me dieron un trabajo como porquerizo.

Pero, en vez de eso, me planteé llamar la atención de la princesa, así que me puse a trabajar en una olla rodeada de cascabeles que cuando se hervía agua en ella sonaba la canción de "Hay Agustín, todo tiene su fin”. Pero esto no lo veía lo suficiente sorprendente como para que le gustase, así que le hice también un pequeño agujero por el cual salía el vapor; y si ponías el dedo en éste, sabías lo que se cocinaba en todas las cocinas de la ciudad. Estaba seguro de que le gustaría.

Al día siguiente, me puse a trabajar cuidando a los cerdos, pero se acercaron las criadas de la princesa:

- ¿Cuánto pides por tu puchero? - preguntó la criada.
- Diez besos de la princesa - respondí yo, muy emocionado pensando que la princesa lo desearía con tantas ganas que no se negaría .
- ¡Dios nos asista! - exclamó la dama.
- Éste es el precio, no puedo rebajarlo - le contesté con una sonrisa en los labios.

Ellas se fueron y yo me senté en la paja a esperar una respuesta. Pasaron quince minutos aproximadamente y de repente apareció de nuevo la dama y me dijo en tono frívolo:

-¿Aceptaría usted diez besos nuestros, de las damas?
- Muchas gracias - contesté yo. No iba a desperdiciar esta oportunidad -. Diez besos de la princesa o me quedo con el puchero.

La dama se fue, pero a los pocos minutos apareció esa belleza celestial, la princesa.

- ¡Es un fastidio! - exclamó la princesa -. Pero, en fin, poneos todas delante de mí, para que nadie lo vea- dijo a sus damas.

Las damas se pusieron delante con los vestidos extendidos mientras la princesa se acercaba a mi y me daba esos diez besos que tanto saboreé con su dulce boca de fresa. Me pareció muy poco, pero un trato es un trato, así que le entregué el puchero y se fueron por dónde habían venido.

Esa noche me quedé un poco triste pensando que los besos que había recibido de mi amada no eran porque ella los sintiese, si no, por la olla. Pero de todas formas, yo los disfruté; así que decidí fabricar otro juguete sorprendente y así podría pedir más por él.

Pensé durante horas sobre qué podía hacer para sorprender de verdad a la princesa, hasta que, de repente, se me ocurrió hacer una carraca que al girarla haría sonar todos los valses y danzas conocidas del mundo.

Me pasé la noche trabajando y a fin la pude acabar y por la mañana la hice sonar, cuando vi que la princesa se había levantado a dar su paseo matutino.

Al poco tiempo se acercó una de sus damas como el día anterior y me preguntó que cuanto pedía por este otro instrumento y se sorprendió cuando escuchó mi respuesta:

- Cien besos de la princesa.

- Está bien, iré a comunicárselo a su majestad

Se fue rápidamente pero al poco rato volvió y me dijo:

- La princesa dice que usted recibirá diez besos de ella, como la última vez, y los noventa restantes de nosotras.

- Lo siento, o cien besos de la princesa o no hay carraca.

La dama se fue de nuevo pero esta vez apareció acompañada de la princesa, la cual se acercó y empezó a besarme mientras sus damas la rodeaban para taparla y contar los besos. De repente me di cuenta de que no estábamos solo nosotros:

- ¿Qué significa esto? - bramó el Emperador al ver el besuqueo, dándole a su hija con la zapatilla en la cabeza cuando yo recibía el beso número ochenta y seis.
- ¡Fuera todos de aquí! - gritó, en el colmo de la indignación. Y todos tuvimos que abandonar el palacio. Princesa y yo incluidos.

Así que salí de allí con la princesa, cabizbajo y la princesa exclamó:

- ¡Ay, mísera de mí! - exclamaba la princesa -. ¿Por qué no acepté al apuesto príncipe? ¡Qué desgraciada soy!

Entonces, me escondí detrás de un árbol y me quité la tizne de la cara y los harapos que llevaba puestos, mostrando así mi verdadera identidad. Para sorpresa mía, la princesa, al verme así se inclinó ante mi, pero yo muy apenado le dije:

- He venido a mostrarte mi desprecio. Te negaste a aceptar a un príncipe digno. No fuiste capaz de apreciar la rosa y el ruiseñor, y, en cambio, besaste al porquerizo por una bagatela. ¡Pues ahí tienes la recompensa!...


Y me di media vuelta para entrar en mi reino y dejé a la princesa fuera, a la intemperie, y sin mirar atrás me metí en mi pequeño castillo y cerré la puerta. No volví a ser nada de ella. Y casi lo prefiero así.

1 comentario:

  1. Lo he leído y ha sido de mi agrado. La historia es muy fiel al original pero está muy bien contada.
    [Una pequeña pega sobre los tiempos de los verbos. Supongo que cuando el porquerizo empieza a contar el cuento ya ha pasado todo, por lo que parece mejor "sólo quería casarme casarme con la hija del emperador", que "sólo quiero..."]
    Un saludo, reina oscura.

    ResponderEliminar